Carlitos Páez visitó la Universidad de Montevideo
Carlos Páez Rodríguez, más conocido como "Carlitos Páez", visitó la UM el pasado 3 de mayo y contó su historia, como sobreviviente de la tragedia acontecida en la Cordillera de los Andes en 1972, a los alumnos de primer año de Psicología de la UM, en el marco de la asignatura Psicología Social y Comunitaria, a cargo de la docente y psicóloga Dalile Burgos. Días previos a la charla, los estudiantes tuvieron la oportunidad de ver en clase la película “Viven” (1993), basada en el accidente que protagonizaron los 40 pasajeros y 5 tripulantes que viajaban desde Montevideo a Chile para disputar un partido de rugby al que nunca llegaron.
Durante la jornada, los alumnos hicieron preguntas sobre cómo lograron sobrevivir a esos 72 días con ausencia total de alimentos, temperaturas que rondaban los -25°C, heridas graves y la muerte de sus seres queridos. Allí Carlitos recordó anécdotas sobre las tareas y los roles que debieron asumir como integrantes de una sociedad perdida sobre un glaciar a 3570 metros sobre el nivel del mar y destacó que el suyo fue aportar un poco de humor entre tanto dolor e incertidumbre. “Yo soy el del chiste en el velorio, me pasaba hablando de comida para alegrar un poco al resto, era como el personaje de La vida es bella”, sostuvo.
Las reglas que regían eran de supervivencia
Los estudiantes consultaron al invitado por los distintos temas que se habían tratado en clase, como la dinámica grupal y el Esquema Conceptual Referencial Operativo (ECRO). Este último hace hincapié en el cambio mental que debieron hacer los sobrevivientes respecto a ciertas creencias y nociones que tenían sobre la realidad antes del accidente. Lo que se podía hacer y lo que no. Estaban aislados en su propio universo y las reglas que regían eran de supervivencia.
“Dos cuadraditos de chocolate y una 26ava parte de una lata de mariscos. Eso fue todo lo que comí. Sabíamos que no nos buscaban más y empezó a surgir esa idea en la cabeza de todos porque no había ninguna otra posible. Yo les pregunto a ustedes y quiero que sean sinceros: ¿qué hubieran hecho en nuestro lugar? Si alguno dice otra cosa, que levante la mano así lo convenzo. ¿Sabés lo que es estar 10 días sin comer? Porque yo sí. Peleamos por el derecho a la vida y por llegar a casa. No nos quedaba otra.
Hicimos un pacto solemne para ofrecer nuestros cuerpos a quienes quedaran vivos y le pedimos a los que estudiaban Medicina que se encargaran del asunto. Los pobres eran de primer año, daba lo mismo que hubieran estudiado Agronomía porque no habían ido a una morgue en su vida, pero igual respetaron los roles y se ocuparon”, comentó.
¿A la vuelta los juzgaron por eso?
Siempre hay alguno que sí, pero nuestra historia trascendió hasta el día de hoy por lo que logramos como seres humanos y como equipo. En 2019 fui invitado por las empresas más grandes del planeta para dar 102 conferencias sobre la toma de decisiones, la tolerancia a la frustración, la adaptación al cambio y el trabajo en equipo. En ninguna me preguntaron sobre el tema.
¿Qué fue lo más difícil que te tocó vivir?
Todo, pero creo que los días que siguieron a la avalancha. Ahí sentí que Dios nos había dado la espalda. Pasamos un accidente, mucha gente murió, nos enteramos por radio que no nos iban a buscar más y encima una avalancha. Yo perdí a mis dos mejores amigos ahí, pasé mi cumpleaños debajo de la nieve, fue muy duro todo.
¿Tuviste algún proceso psicoterapéutico en algún momento de tu vida?
En la cordillera no lloré nada, pero cuando llegué a casa me largué y no paré nunca más. Mi madre me llevó con el uno de los psicólogos de ese momento que al final me dijo: Carlitos: “Usted tiene el carné de salud mental aprobado”, porque para todo lo que había vivido… 72 días con 29 muertos a dos metros de distancia. Imaginate. Si hoy me invitás al cementerio, no voy.
Después seguí yendo al psicólogo durante años, no tanto por la cordillera, sino por ser hijo de un famoso. Es difícil eso también. Y bueno, además tuve las terapias de grupo que me ayudaron muchísimo a conocerme a mí mismo.
Si pudieras elegir, ¿te volverías a subir al avión?
Sí, pero con la condición de que no muera nadie. Me quedaron muchas enseñanzas, antes del viaje era un “carrasquito”, caprichoso y consentido que no servía pa’ nada. Tenía niñera que me llevaba el desayuno a la cama, imagínense. Ahí estaba a 3000 metros de altura sin mi madre ni mi padre. 18 años. Apelé a recursos que no sabía que tenía. Un periodista dijo: “Para Carlitos fue el segundo renacimiento”, y sí, totalmente.
¿La fe fue importante en ese momento para ustedes?
Durante la avalancha el más insultado fue Dios, pero sí, por supuesto, en la película aparezco prendido a un rosario todo el tiempo. Me gustó un titular que publicó la prensa chilena cuando llegamos. Decía: “Dios era el copiloto”. Y fue así realmente porque Dios estuvo, pero no salimos de los Andes por rezar. Él dispuso las herramientas y nosotros hicimos el resto. Le dicen: “el milagro de los Andes”, milagro hubiera sido que apareciéramos los 45 vivos. Ahí te das cuenta de que las cosas materiales no valen nada. Me acuerdo que llevé USD 70 al viaje para comprarme cigarrillos que ni siquiera me vendieron al final. Pero, ¿de qué hubieran servido, no?
¿En qué pensabas cuando estabas ahí?
Estando allá solo pensaba en volver a ver a mi mamá, mi papá y mi perro. Sobre todo, a la noche. Miraba la luna y pensaba en que mi madre también la estaba mirando. Cuando se lo conté, ella me dijo que hacía lo mismo. Después mi padre se adueñó un poco del concepto y escribió el libro Entre la luna, mi hijo y yo.
¿Creés en el destino?
Minutos antes de chocar el avión, le cambié el asiento a Etchevarren. Fijate que él murió y yo estoy vivo.
¿De dónde sacaban fuerzas para seguir?
Del grupo. Ahí lo más atractivo era morir, la opción fácil. Pero compartir el dolor y la alegría, te daba fuerzas. Y también de la fe. Yo a Dios lo conocí en los Andes y a veces para volver a Él pienso en la cordillera porque fue donde lo sentí más presente. Adolfo Strauch era agnóstico, me acuerdo, y una noche de tormenta se acercó a rezar con nosotros y la tormenta paró. No digo que haya sido un milagro, seguro fue casualidad, pero a partir de ahí empezó a creer.
¿Había líderes?
Fue un trabajo en equipo pero, de todas maneras, destaco la actitud de Parrado al momento de salir a buscar ayuda. Él había comprado unas zapatillas en Mendoza para regalarle al sobrino y antes de partir me dejó una y dijo: “Carlitos, te prometo que voy a volver a buscar el par”. Lo más valioso es lo que sigue: el tipo no solo cruza la cordillera para salvarnos a todos, sino que encima nos da el permiso a los que nos quedamos para disponer de su madre y hermana, en caso de que lo necesitáramos. Eso habla de una grandeza increíble. Yo en las conferencias siempre pido un aplauso aparte para él por haber tenido semejante gesto.
¿Podés contarnos sobre tu libro Mi Segunda Cordillera?
Sí, claro. A los 27 años me metí en un proceso complicado de alcohol y drogas porque tenía un pasaporte que me permitía hacerlo. En el grupo de alcohólicos anónimos me dijeron que el porcentaje de los que se recuperaban era de uno en 100. Yo dije: “¿Tanto luché por la vida para terminar así? No, quiero ser ese 1%”. Y lo logré, llevo 30 años limpio pero, para mí, fue más duro salir de las drogas que de los Andes.
¿Te sentís invencible?
Todo lo contrario, tengo mucho miedo a la muerte. Sufro como todos. A veces me dicen: “Carlitos, vos no podés tener frío con lo que viviste”. Y sí, tengo frío, qué voy a hacer. El dolor duele siempre.
Una historia grupal que cumple medio siglo
26 libros, 9 documentales y 3 películas se han hecho para contar lo sucedido hace 50 años en la Cordillera de los Andes. Próximamente, Netflix estrenará el film La sociedad de la nieve, en donde Carlitos interpretará a su padre, el pintor Carlos Páez Vilaró:
“Estoy muy contento con el proyecto y con hacer de mi papá. Ha sido un proceso muy sanador. La producción es gigantesca. Filmaron 90 días en la cordillera. Durmieron en hotel, a diferencia de nosotros, pero bueno. Me hicieron bajar 20 kg y ya voy 15. Igual no me imaginen como un actor de Hollywood porque soy la viejita del Titanic. Lo veo como una oportunidad para revivir una historia que no solo me pertenece a mí, sino a los 45 que subimos al avión, y que quedará vigente en nuestra memoria”.