Carlos Loaiza
Después de vivir en Venezuela, Bruselas, Suiza, Chile, Italia y España, como parte de los destinos diplomáticos de su padre, Carlos Loaiza formó parte de la primera generación de Derecho de la UM.
“Ser parte de una primera generación supone riesgos —basta pensar que nuestra carrera no estuvo formalmente aprobada hasta casi el tercer año—, pero me siento identificado con el espíritu de asumirlos y quemar naves cuando toca. Tuve que vivir y sobrevivir una vida diplomática, plagada de cambios, desprendimiento y desafíos”, contó.
Luego de recibirse de abogado, siguió formándose y se especializó en derecho tributario. Después de haber sido alumno, volvió a la universidad como docente. En este momento es socio del Estudio Garrigues y se encuentra en Buenos Aires junto a su esposa y su hijo con el fin de abrir una sucursal de ese estudio en la capital argentina.
¿Cómo surgió tu vocación por el Derecho?
En mi casa siempre se vivió un ambiente de fuerte estímulo intelectual y vinculación con el mundo jurídico. Mi padre, don Armando Loaiza Mariaca, fue un experto en Derecho Internacional Público, y tuvo la fortuna de liderar algunas de las más relevantes empresas en la política exterior de su país, Bolivia, como es la inserción boliviana en los esquemas multilaterales de comercio, el GATT, hoy OMC, y las cruciales relaciones bilaterales con Chile. Lo hizo en la teoría, como estudioso e investigador, pero también en la práctica, como embajador de carrera y ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Aunque los antecedentes se remontan incluso antes, pues mi bisabuelo, parte de una familia de larga tradición en la América Andina, fue abogado y ministro de la Corte Suprema de Bolivia. Él fue de hecho quien le sugirió a mi padre que estudiara su carrera de grado en Uruguay, por la impronta de eximios juristas de la talla de don Eduardo Jiménez de Aréchaga en materia de Derecho Internacional Público.
Fuiste parte de la primera generación de Derecho de la universidad, ¿por qué elegiste la UM? ¿Qué recuerdos tenés de tu etapa universitaria?
Atesoro hermosos recuerdos de la UM, además de profunda gratitud por las oportunidades que me dio y un grupo de amigos muy estrechos, con quienes seguimos frecuentándonos y queriéndonos mucho. Las primeras generaciones tienen por cierto una mística incomparable. Ahora he vuelto a ser parte de una primera generación, la del Programa de Alta Dirección para Líderes de las Américas (PADLA), que imparte el IESE Business School en conjunto con el IAE de Argentina y el IPADE de México, y una de las razones para elegir el programa fue el hecho de que fuera una primera generación.
Claro que ser parte de una primera generación supone riesgos —basta pensar que nuestra carrera no estuvo formalmente aprobada hasta casi el tercer año—, pero me siento identificado con el espíritu de asumirlos y quemar naves cuando toca. Tuve que vivir y sobrevivir una vida diplomática, plagada de cambios, desprendimiento y desafíos. A la larga he llegado a valorarla, pues dota de experiencia y habilidades para adaptarse, y creo que, en nuestra generación, una primera generación, también se encuentra muy presente esa característica. Personas que apostaron por la UM, que venían de experiencias previas en otras universidades y decidieron empezar de nuevo en algo nuevo, no probado, pese a los buenos antecedentes.
Tampoco puedo olvidar al responder esta pregunta mencionar que el rol de Juan Manuel Gutiérrez, actual rector de la universidad, fue crucial. Quienes le conocen bien saben que es un gran promotor y un hacedor, como está ya demostrando en su rol de rector. Finalmente, un aspecto clave fue para mí el consejo de mi madre, que es experta en Ciencias de la Educación. Si bien ella siempre estuvo persuadida de que era importante que yo tuviera contacto con la diversidad, y una universidad privada tal vez no era el ámbito de mayor apertura desde algunos ángulos, a su juicio la UM era lo adecuado, dado que yo ya había podido estar en contacto con el mundo durante mi infancia, y ahora lo oportuno era un entorno de estímulo y concentración para el estudio, que debía ser mi trabajo y prioridad.
En la UM ella también valoraba, como yo lo hacía, el espíritu del Opus Dei en la transmisión de valores cristianos profundos. Valores de mi familia con los que me crié, esenciales en mi formación como persona. Al terminar mi carrera, el mismo Juan Manuel Gutiérrez tuvo la generosidad de ofrecerme dar el discurso en nombre de mi generación por méritos académicos. Recuerdo con mucha emoción que terminé ese discurso invocando al Espíritu Santo, pidiéndole públicamente que nos iluminara en nuestras carreras profesionales. Lo sigo haciendo a diario.
La UM se propone formar a sus estudiantes con una apertura al mundo y tus estudios de postgrado y trayectoria laboral reflejan este objetivo. A la hora de estudiar en la Universidad de Harvard o el IESE Business School y trabajar en Nueva York o Santiago de Chile, ¿encontraste las herramientas necesarias en la base que tenías de la universidad?
Es una muy buena pregunta, pues en mi caso ya tenía una predisposición a abrirme al mundo. De pequeño, acompañando los destinos de mi padre, me tocó vivir en Venezuela, Bruselas, Suiza, Chile e Italia, pero no obstante ello debo decir que el paso por la UM fue decisivo para forjar una carrera profesional internacional. La vocación global de la UM, junto con la formación familiar, me hicieron interesarme primero por volver a salir al exterior, postular para una beca de Fundación Carolina y Fundación Euroamérica en el Centro de Estudios Garrigues de Madrid, donde cursé mi primer Máster, en Tributación.
Culminado éste es que me hizo una oferta la firma internacional Garrigues, para su oficina central de Madrid, que también suponía un LL.M. en Derecho de la Empresa, dictado por el mismo Centro en colaboración con Harvard Law School. Ambas, la académica y la profesional, han sido experiencias definitorias para mi vida, junto con el haber vivido en mi época de estudiante en Madrid en el Colegio Mayor Moncloa, una institución de hondas tradiciones y profundidad intelectual donde pude conocer a uno de mis amigos más cercanos, don Ricardo Calleja Rovira, que entonces era su director, así como a tantos otros buenos amigos.
Ya volviendo a Latinoamérica, tuve la fortuna de trabajar en Barros & Errázuriz en Chile, una de las principales firmas de ese país, donde ya había vivido de adolescente, y más recientemente en las oficinas de Proskauer en Nueva York, a las órdenes de un querido profesor visitante de nuestra universidad, don Carlos Martínez, amigo a quien admiro como profesional y ser humano.
Desde 2015 sos socio del Estudio Garrigues y en este momento te encontrás en Buenos Aires trabajando en la apertura de una sucursal de ese estudio en esa ciudad. ¿Cómo surgió esa posibilidad? ¿Qué implica este proyecto?
Ser socio de Garrigues ha sido una oportunidad extraordinaria de crecimiento profesional. Garrigues es hoy una de las firmas más grandes del mundo por número de abogados, más de 2.000, y facturación, más de 350 millones de euros, y desde el año 2011 está llevando a cabo un decidido plan de expansión por Latinoamérica, que se suma a su red de oficinas propias en Nueva York, Londres, Bruselas, Polonia, Casablanca, Shanghai y Pekín. En Latinoamérica ya estamos en San Pablo, Ciudad de México, Bogotá, Lima y Santiago, y ahora estamos explorando el mercado argentino, que luego del reciente giro político supone una estupenda oportunidad para la inversión mundial.
Mi rol es regional y va mucho más allá de lo estrictamente jurídico, pues supone tareas de management. Por este motivo es que he decidido también seguir formándome en áreas de gestión, confiando para ello en IESE Business School, origen de nuestro excelente IEEM, y de las primeras escuelas de negocios del mundo según rankings tan prestigiosos como el que divulga el periódico británico Financial Times.
Por último, pero no menos importante, no puedo negar que disfruto de viajar y estar en contacto con personas de distintas nacionalidades, y en particular encuentro en Buenos Aires una ciudad maravillosa, por su cultura, arquitectura, gentes. El barrio donde resido tiene un estilo de vida citadino que me recuerda mucho a mi barrio de Madrid, Recoletos-Salamanca, y lo disfruto mucho, porque soy muy urbanita.
Después de haber estudiado en la UM, te incorporaste a su plantel docente como profesor de Derecho Financiero y director del Postgrado de Tributación Internacional. ¿Qué es lo que más te gusta de dar clases?
La docencia me fascina por razones abstractas, por el acto de generosidad que supone compartir con otros el conocimiento, para el bien común. Pero también por razones más pragmáticas, pues dar clases y estar muy involucrado en tareas académicas permite estar actualizado y mejorar la capacidad de comunicar el conocimiento. Además, me atrae enormemente el uso de nuevas tecnologías y técnicas novedosas para captar la atención de los alumnos y demostrarles que entender mejor el mundo, desde cualquier perspectiva, es un viaje apasionante. Para eso el fenómeno tributario es ideal. Está de moda en los últimos tiempos, pero siempre estuvo allí, explícita o implícitamente. No en vano el fenómeno tributario está íntimamente ligado a las grandes revoluciones políticas en la historia de la humanidad. De los impuestos y de la muerte nadie escapa, decía Benjamin Franklin.
Además de los cinco libros y más de 60 artículos publicados, has contribuido con la revista Foreign Policy, dirigís el suplemento Consultor Tributario, de Thomson Reuters y sos columnista de El Observador. ¿Qué representa para ti ser parte del mundo de la opinión pública en materia de derecho tributario?
Una alta responsabilidad, que trato de cultivar cada día con más prudencia, sin por eso perder el arrojo. Soy de quienes creen —y en un país pequeño ello no es tan simple—, que hay que dar opinión, con coraje, sin temor a ser criticado, o mejor aún, asumiendo esa crítica sin perder la confianza. También creo que es muy importante el estilo, contar la historia con sencillez, sin caer en excesos, pues lo importante es siempre comunicar ideas y ello puede hacerse de forma directa, aunque esas ideas sean realmente complejas; como decía un querido amigo, “Aristóteles es filosofía; Hegel, ciencia ficción”.
¿Qué planes tenés para el futuro?
Ser cada día mejor cristiano, lo que es ser mejor esposo de Vic y padre de Charlie Jr., nuestro bebé de 16 meses, y mejor hijo y amigo, poniendo siempre atención a cada pequeño detalle para buscar la excelencia. En cuanto a lo profesional, siguiendo a los mentores y maestros que he tenido y tengo en mi vida, seguir construyendo una carrera con un claro propósito de largo plazo, tomando decisiones a corto que sean consistentes con ese objetivo, dando espacio a la espontaneidad, que no es improvisación.
En el futuro me interesaría volcarme mucho más al mundo académico, donde siento, por la producción que he tenido y mantengo, que puedo aportar mucho valor, más aún con mi experiencia profesional en el mundo corporativo y en los medios de comunicación. Todo eso aprendiendo, pues al decir de Baltasar Gracián, no hay maestro que no pueda —y yo diría, que no deba—, ser también discípulo. Veo además con regocijo a la UM con nuevos bríos, con un equipo de profesionales jóvenes que complementan la experiencia de grandes referentes. Al final, todo se resume en hacer lo mejor cada día y dejarle el resto a Dios. No hay mejores manos que las de Él.